domingo, 23 de agosto de 2009

NOTICIA 13

PARA DESPLAZADOS EL RETORNO ES OTRA LUCHA

De su finca de 35 hectáreas: una de caña, dos de plátano, pasto para 20 reses; 30 palmas de chontaduro, dos lagos, seis reses, dos mulas y un caballo, que abandonó Rangel Uribe en la vereda Montería, de Puerto Rico, Caquetá, hoy sólo le queda el recuerdo.

Los hombres al mando del "Negro Acacio", comandante del frente 16 de las Farc, le dieron 24 horas para abandonarla, de lo contrario se llevarían a sus hijos, John de 18 años y Juan David de 20, a empuñar las armas en el monte, aun en contra de su voluntad.

De esto hace ya cuatro años. Hoy Rangel, su esposa y su hija menor están muy lejos de Caquetá, en una tierra a la que intentan cada día sacarle al menos con qué comer. Están en Nariño, Oriente antioqueño, en la finca El Arrayán, compartiendo con otras familias desplazadas por el conflicto armado y provenientes de rincones distantes del país.

En El Arrayán, a una hora en carro desde la cabecera de Nariño, por trocha, y 15 minutos a pie por monte, están hoy 13 familias, pero según el Incoder esta tierra es para 25.

Con Rangel está también Amado Salas, desplazado en 1999 de Salgar y quien luego de vivir 11 años en Medellín, vio en la reubicación una oportunidad para volver al campo.

"Esta tierra no alcanza para 25 familias como quieren, por eso exigimos una nueva medición por parte del Incoder", dice Salas.

Y es que a pesar de la alegría que les produjo a muchos esta reubicación, luego del ratico de gusto vino la decepción.

De las 190 hectáreas que mide esta finca, unas 40 son patrimonio forestal y no se pueden cultivar. A esto hay que sumar los retiros de la quebrada Nechí y del río San Pedro, que pasan por ahí y que también hay que respetar, con lo que queda poca tierra para repartir entre tanta gente.

"Nos dieron unos potreros y nuestros hijos no comen pasto", es la queja de Amado Salas, porque, según él y sus compañeros, los terrenos de El Arrayán son para ganado no para siembra, lo que les ha generado inconvenientes a la hora de querer sacarle a la tierra el alimento de todos los días.

Entre 2006 y 2007 el Incoder adquirió las fincas El Arrayán, La Argentina y La Cristalina, en Nariño, para la reubicación de desplazados de éste y otros municipios del país.

Los de La Argentina
Del tamaño de casi toda la vereda de este mismo nombre es la finca, 350 hectáreas donde viven 15 familias.

Además del drama de ser desplazados, fueron víctimas de una avalancha que arrasó en febrero con varios de los albergues temporales. La escuela fue la más afectada, se quedó sin puertas ni libros, hoy sólo dos diccionarios apoyan la labor educativa de 26 niños.

La convivencia ha sido el tema más complejo para los reubicados en La Argentina. Hay familias de la vereda El Uvital, de Nariño, pero también de Caldas, Ituango, Medellín, Ciudad Bolívar y Cáceres.

"Hasta machete han sacado en las reuniones", cuenta Nilsa María Cifuentes, encargada del hogar comunitario por ser la única bachiller del grupo de desplazados.

Para evitar los líos entre vecinos, los desplazados reubicados en La Argentina decidieron parcelar a ojo la finca y en un acta quedó consignado que cuando el Incoder llegara a parcelarla legalmente, a quien le hubiera faltado tierra se le asignaba y se le retiraba a quien se le hubiera dado de más.

"Es muy difícil concertar con toda la comunidad. No todos trabajan la tierra y nos hace falta un reglamento para vivir mejor", dice Amado de Jesús López, líder de los desplazados.

Gerardo Gil, director de la territorial Antioquia de Incoder, explica que lo que está buscando el Gobierno es que haya una organización comunitaria, "y por eso estimula las empresas asociativas entregando el subsidio de tierras a grupos de familias".

Este año se presentaron 55 proyectos de iniciativas grupales, 29 de familias campesinas y 26 de familias desplazadas, la adjudicación tendrá lugar en septiembre.

Sólo promesas
Es común entre los reubicados la sensación de abandono y engaño.

Antes de llegar a estas fincas se les dijo que quedaban a tres horas de Medellín, y sólo hasta la cabecera municipal de Nariño hay más de cuatro horas en carro, sin contar la hora de trocha y una más de camino que debieron recorrer a pie el día de su llegada.

Los albergues provisionales en los que viven no tienen acueducto, luz ni alcantarillado, sólo pozo séptico, son de madera inmunizada y con el clima de Nariño, durarán poco.

"Cuando los instalaron nos dijeron que tenían una durabilidad de 20 años, pero nosotros sabemos que no será así", señala Roberto Muñoz, alcalde de Nariño, quien dice que la lentitud en los procesos frente a los gobiernos nacional y departamental, hace que las ayudas no lleguen a tiempo.

"Hace año y medio estoy gestionando un proyecto de vivienda y todavía me siguen pidiendo papeles", dice.

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